martes, 15 de marzo de 2011

Ensayo extenso sobre la utilización de las alarmas en los automóviles de la ciudad de Buenos Aires y los efectos tardíos de la desilusión:

Transcurría la tarde y un hombre de aspecto pálido, barba crecida y pocas horas de sueño, aborda la recepción de un conocido edificio de oficinas en el microcentro de la ciudad de Buenos Aires, con un papel en la mano.
Decidido a transmitir un mensaje, empieza a hablar en voz alta a la recepcionista y, por que no también, a la audiencia casual:

"Si que tal, vengo a hacer una denuncia. Le comento:
Resulta que me dormí a eso de las 12 de la noche y ya sonaba la alarma de un auto en la calle. La usual, la que todos ya sabemos el tonito cambiante de la "melodía" de memoria...
Luego me desperté, a las 4 am y continuaba sonando, señorita.

A lo que 04.15 am llegue a una pregunta clave: "-¿Que puta necesidad tiene el ser humano de ponerle alarma al automóvil en esta ciudad?-"
Vamos señorita, todos lo asumen ¡ya es parte del paisaje! Ni un policía, ni el dueño del propio auto, ni siquiera el supuesto ladrón se alarmó (valga la redundancia del término) para con el sonoro grito del vehículo durante más de 4 horas.
¿Para qué se le pone la alarma? ¡Es inútil!
Luego de esto, señorita, me he quedado pensando y arme casos hipotéticos para demostrar la veracidad de mi indignación: 
- Caso 1
Supongamos que era el dueño del auto:

Para cuando llegue a la puerta de mi casa, el ladrón ya cumplió su cometido, dejándome sin estéreo o sin alguna chuchería olvidada en el interior. O claro: ¡el propio auto!

En el último caso sería aun mejor y tal vez más hilarante, dado que directamente escucharía el sonido de mi alarma alejarse por Gaona a toda velocidad.
- Caso 2
Soy un transeúnte, inocente, ajeno, que salió de parranda con alguna loca y vuelve a casa tarde recordando viejos y buenos tiempos:
Veo un señor de aspecto malévolo, ilegal, introduciendo su cuerpo dentro de un vehículo ajeno. Conclusión a la que llego fácilmente dado que, claro, dicho vehículo está produciendo el sonido estrambótico de la alarma.
Yo... Transeúnte... ¿Que hago?
Nada. Claro.
Tarareo como un estúpido el pegadizo sonido del "-Tuuuuruuuu tuuuuuruuuu cui cui cui cui eeeuuu eeeuuu euuuuu-"  y me voy para mi casa con la sensación y seguridad de que este país esta cada vez peor.
- Caso 3
Soy un oficial de la policía:
Escucho la alarma sonar, estoy en la esquina y cogoteo la situación. Con aún más seguridad que el caso anterior, reduzco mi acción a la nada misma. Silbando bajito y yendo para el otro lado.
¿Por qué? Se preguntará usted...
Debe saber, que yo (siguiendo la suposición de este caso), como oficial de la Policía Federal Argentina, mi sueldo es lo suficientemente bajo como para optar el arriesgue total de mi vida por un idiota que no quiere pagar el garaje de la vuelta y prefiere poner el traba volante seguida de esa alarma inútil en Argerich y Gaona.
- Caso 4
Soy Batman (o cualquier tipo de superhéroe, aplican todos):
EN ESTE CASO si sirve.
(Compruébese el tono sarcástico del caso 4. Por favor.)
Y dado que el caso 4 es redondamente incomprobable (salvo en ciudad gótica), soy capaz de afirmar que el negocio de las alarmas para los autos es soberana y estrepitosamente INÚTIL señorita.
¿Para qué sirven las alarmas de los autos entonces?
¡Para despertar vecinos señorita! Para despertar pequeñas almas en vela, para que uno se levante en plena madrugada con el corazón en llanta y se pregunte por que a uno le toca vivir esa soledad de dos plazas entre lágrimas que pronto serán lagañas. Sirve para hacer estruendo, para graficar sonoramente con un chirrido insoportable el propio desamor, para jugar con la ironía de un parabrisas roto y el de esta alma sin traba volante ni policía que lo vigilantee.
Las empresas encargadas de fabricar y colocar estas alarmas son conscientes de ello, se lo puedo asegurar.

¡Estimado vecino! No es casualidad esa irrupción estruendosa en su vida que solo viene a arruinarle las noches, que cada vuelta y media parece que el sonido amaina y no es así. Sino que vuelve a arrancar desde cero para volver a sufrir cíclicamente lo ya sufrido.

Y la bronca del desvelo puede durar lo que dura la batería del auto, si. ¿Pero la bronca de la desilusión...? Es como el del parabrisas roto que yace sobre el tapizado, no sana... Simplemente los pedazos pueden volver a unirse pero nunca volver a ser el mismo.

...Ni le explico mi corazón.

¡Vecino! ¡Guarde su auto en el garaje!
¡Guarde su corazón en donde aquel ser que realmente lo merece!
La puesta de una alarma en sus sentidos es decididamente inútil, por más que suene, uno va a la hoguera consciente de las consecuencias. Uno destraba las cerraduras aun sabiendo que el ladrón (o ladrona) se aproxima.

En fin,
Si... Si... No se preocupe, guárdelo, no hace falta: Llevo siempre conmigo un pañuelo.

Gracias por su atención... Ya me retiro, no hace falta que llame a seguridad.

La alarma de este vehículo sin parabrisas se apaga, simplemente por que la batería de este auto, no da para mas.

Buenas tardes..."


El hombre se retiro con lágrimas en los ojos y el corazón desgarrado.
La recepcionista salió corriendo en dirección al baño, se la noto extrañamente desconsolada.
Un cadete que salía del edificio me conto la real historia, la señorita en la recepción había sido su amor durante años y ella nunca le cumplió sus promesas cuando mas necesito que las cumpla.


Dicen que esta historia es una historia real.
Dicen que no se trato de una empresa fabricadora de alarmas, sino de algo similar al rubro, llámese cerrajería, llámese cámaras de seguridad, o tal vez una fábrica de tarjetas postales románticas.
...Dudo que sea lo más importante.



-Mariano Diaz

"Quemándome en silencio, 
entre el odio y el rencor, 
fui abriéndote una causa 
de mil hojas de dolor..."

No hay comentarios.:

Publicar un comentario